A 70 años de su fundación, el Sanatorio 9 de Julio apuesta a la medicina del futuro: "Incorporar la ciencia al servicio de la gente"
Su director, Carlos Pesa, afirmó que la institución se encamina hacia una "transformación inimaginable". El próximo paso, sumar la inteligencia artificial a sus procesos clínicos y diagnósticos.
El Sanatorio 9 de Julio cumplió 70 años. Lo que comenzó como un pequeño proyecto médico impulsado por un grupo de profesionales comprometidos con su comunidad, se ha transformado en una institución sanitaria de referencia en Tucumán y en el norte argentino, que da empleo a más de 1.000 personas. Y si bien el aniversario invita a repasar su vasta trayectoria, su director, el doctor Carlos Pesa, prefiere usar el pasado como impulso: el foco está puesto en el presente y, sobre todo, en el futuro. Para ello apela a los avances tecnológicos y se apoya en el personal, a quienes considera la verdadera “estructura de calidad de nuestra organización”.
La historia del sanatorio está profundamente ligada a la historia familiar del doctor Pesa. Uno de los fundadores fue su padre, el doctor Salomón Pesa, profesor asociado de cirugía. “Los nombro personalmente porque me parece un acto de homenaje muy importante a cada uno de ellos, porque desde el cielo nos siguen guiando”, dijo emocionado durante el acto de conmemoración. Junto a su padre, formaron parte del grupo fundacional los doctores Miguel Félix Martínez Ribó (profesor asociado de anatomía), Simón Luis de Marco (profesor titular de ginecología), Miguel Ángel Pérez (profesor titular de obstetricia), Manuel Ángel Usandivaras (creador de la cátedra de cirugía de posgrado) y Antonio Alfredo Molina (titular de ortopedia y traumatología). Todos ellos vinculados a la entonces Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán.
En 1955, aquellos médicos soñaron con ofrecer “la mejor calidad de asistencia posible a los habitantes de nuestra provincia”, en palabras del actual director. La primera sede funcionó en la calle 24 de Septiembre al 900, en un edificio que hoy pertenece al organismo nacional ARCA (ex AFIP). Ya en 1959, el sanatorio se trasladó a su histórica ubicación de calle 25 de Mayo, en la casona de la familia De la Vega. Allí se construyeron las primeras ocho habitaciones de internación y un quirófano, en lo que fue el verdadero nacimiento operativo de la institución.
A partir de allí, comenzó un proceso sostenido de transformación edilicia, tecnológica y humana. Se construyó el actual frente del edificio, luego un primer piso, después un segundo, y más adelante dos torres de gran impacto: la Torre 25 y la Torre San Juan. El crecimiento fue tan significativo que, de aquellas ocho camas originales, hoy el sanatorio cuenta con 310 camas de internación, la mitad de las cuales están destinadas a pacientes críticos, distribuidos en unidades especializadas: terapia intensiva de adultos, pediátrica, neonatal y cardiológica.
Sin embargo, el doctor Pesa subraya que el corazón del sanatorio no es su infraestructura ni su tecnología, sino su gente. “La infraestructura, la tecnología, el equipamiento… en definitiva, eso es lo más fácil de conseguir. Lo esencial de nuestra estructura es la calidad de las personas que forman nuestra organización. Porque finalmente nosotros somos simplemente personas organizadas para atender a otras personas en situación de necesidad, en situación de enfermedad”, expresó.
La institución avanzó hacia un modelo que integra tres ejes fundamentales: la asistencia médica, la educación y la investigación. Ese trípode, explica su director, permitió consolidar una cultura de trabajo en equipo, imprescindible en un contexto de complejidad creciente. “El desarrollo de nuestras residencias fue clave para consolidar el camino del trabajo interdisciplinario. Hoy, el nivel de conocimiento en medicina es tal que ninguna especialidad por sí sola puede cubrir todas las necesidades de un paciente. Si uno atiende solo, inevitablemente priva al paciente de una enorme cantidad de conocimiento que hoy es imprescindible”, señaló.
Esa evolución fue especialmente visible durante la pandemia, en la que el sanatorio afrontó momentos de extrema exigencia. El recuerdo de ese tiempo sigue presente, no solo por las pérdidas humanas, sino también por el compromiso colectivo que marcó un antes y un después. “No hay ninguna palabra que pueda expresar el agradecimiento a nuestra gente por el esfuerzo de todos los días. No solo durante la pandemia, que costó la vida a muchos de nuestros hermanos, sino por todo lo que hacemos cada jornada, y por lo que estamos dispuestos a seguir haciendo”, afirmó Pesa.
Hacia una transformación "inimaginable"
Hoy, el Sanatorio 9 de Julio se encuentra a las puertas de una nueva revolución: la incorporación de inteligencia artificial en sus procesos clínicos y diagnósticos. “Estamos aceleradamente preparándonos para eso. En las próximas semanas, vamos a ponerla en funcionamiento en la práctica clínica y en los procedimientos diagnósticos. Será una transformación absolutamente inimaginable que esperamos tenga un resultado positivo. Porque, como toda herramienta, puede usarse para bien o para mal, y nosotros la vamos a usar para bien”, aseguró.
La implementación de estas tecnologías no implica un reemplazo del valor humano, sino una forma de potenciarlo. En este sentido, el sanatorio reafirma su compromiso con la formación continua y la excelencia médica, con el objetivo de equiparar —y superar— los estándares de atención de los centros más prestigiosos del país.
Al ser consultado sobre el nuevo sueño que guía a la institución, el doctor Pesa fue claro: “El nuevo sueño es la continuidad del sueño original. Este es un sueño que nunca va a alcanzar su objetivo definitivo, porque el mejoramiento es un proceso eterno. Nuestro sueño es continuar con nuestro sueño. Y para eso queremos incorporar todo lo que hoy la ciencia tiene y la humanidad tiene al servicio de nuestra gente”.
Así, el Sanatorio 9 de Julio llega a sus 70 años con el mismo espíritu con el que nació: compromiso, vocación y una visión ambiciosa de futuro. Una institución con historia, sí. Pero, sobre todo, con un profundo deseo de seguir escribiéndola.